domingo, 4 de marzo de 2007

Palabras de Elvio Zanazzi

En primer lugar quiero agradecer a la Directora de este Museo histórico, Elsa Machado, quien además de ser una activa militante de la cultura, es una amiga, una persona cercana a mis afectos, ella y su querida familia. En segundo lugar, agradecer a la familia de Tomás Alberto Sullivan, por permitirme formar parte de este acto, que seguramente traerá a la memoria de los que conocieron a Tomás el recuerdo de un hombre presente, de un hombre vivo, tal como debemos concebir a las personas que –como decía Pirandello- son “pensionistas de la memoria”. Las personas viven en la medida que las recordamos tal como eran. Viven en nuestra memoria; la ausencia física es sólo un elemento misterioso, por cierto triste y melancólico, pero que no aleja a las personas. Por eso es importante lo que están haciendo los descendientes de Tomás Sullivan. Están rescatando la memoria de un hombre para brindarle a las próximas generaciones su palabra. Y aquí vale la pena detenerse: ¡cuánto hay de un ser humano en su palabra! Aspiro y deseo que mucho. No dudo, aunque no tuve el privilegio de conocerlo, que Tomás Sullivan era un hombre como el que escribe en sus narraciones: sencillo, ordenado, decente, sensible. Estas virtudes y valores del ser humano son indispensables en estos tiempos; es elemental rescatar más allá de una prosa cuidada, de una narrativa respetuosa, el valor de las palabras y sus conceptos. El rescate que ha hecho el escritor Sullivan de valores fundamentales que parecen perdidos. En su cuento “La gran aventura de un viajante” es destacable cómo acentúa la honestidad del personaje principal, incapaz de embromar a otro, justo y trabajador, afectado inclusive por minúsculas mentiras que se crea, como las que todos alguna inventamos para sentirnos fuertes. Ese personaje, engañado en su buena fe, está claro en la escritura de Sullivan que no fue timado por tonto, sino por bueno, porque a él jamás se le hubiera ocurrido dañar a otro semejante. Ello, más allá de lo atractivo de la historia, es un elemento a rescatar como ejemplos de tantas personas decentes, honestas y solidarias que andan haciendo patrias en todo el planeta; ello en contraposición a los que mienten en forma descarada, a los que inventan guerras para acumular poder y riquezas, a los que parecen tener impunidad eterna por ser portadores de poder. Ejemplos sobran abriendo el diario o viendo el repetido noticiero de la televisión.

En su cuento “La venganza”, el escritor muestra otra faceta que hay que poner en la cúspide cotidiana de nuestra vida: la ternura; siempre vigente y arriba de nuestras pretendidas broncas, los malestares que a veces las personas convertimos en situaciones serias aunque se trate de insignificantes acontecimientos. De una venganza a un gesto de ternura hay un camino que recorrer y lo recorren las personas de buenos sentimientos, de conocimientos con virtud, como diría el poeta Castillo.

Cuando escribe “En camisa de once varas”, el narrador se sumerge en un mundo que confiesa quedarle grande: el de la filosofía. Habla de la felicidad , la define, duda, la convierte, la analiza y se reitera inseguro de sus definiciones. Eso es un acto de grandeza; decirlo y escribirlo de puño y letra manifestando una modestia absolutamente creíble y una sinceridad claramente despierta.

En “Minimemorias” recuerda a su pueblo, a nuestro pueblo. Lo hace añorando su infancia, su casa natal, sus partidos de futbol. Un viaje que lo retorna a su pueblo, ya de grande, también le rememora su infancia. Es la nostalgia cruda, pero acompañada de un relato minucioso que nos incorpora a una geografía de nuestra terruño, a un modo de vida, al quehacer cultural de una comunidad, tan cambiante como el llamado progreso. Inclusive nos recuerda una época donde pasaban los trenes. Fíjense si hemos progresado o hemos retrocedido. En “El causante” relaciona un episodio que marcó al narrador y lo trasladó a historias interesantes a partir de un disparador como fue un simple animal, un gato. Otra vez el tren, y muchos personajes participando de un relato ameno que transita por la fábula y la historia reiterada de la vida en la pensión, la lucha en el trabajo diario, la pelea por ganarse la vida, la presencia inevitable de personajes siniestros y capaces de cualquier cosa por sostener un presunto status; en definitiva, una repetida historia de aciertos y contratiempos presentes en todo momento en la vida de cada uno de nosotros.

Con el cuento “Don Fausto” Tomás Sullivan rescata en su tinta a un personaje de tantos, esos seres anónimos que no piden nada a nadie, y se crean una felicidad a toda costa, privados de bienes materiales, pero sujetos a un estado de situación que les tocó en suerte o desgracia, pero del que se aferran con fuerza para intentar ser felices. Con “El Diagnóstico”, la narración navega entre situaciones tragicómicas inmersas en un mundo de locuras también intemporales. Con “Un alto en el camino”, el escritor describe una etapa rural, desafiante, donde un caballo, tanto como un hombre, pulsa su tiempo de victorias y derrotas y se juegan valores intangibles dignísimos de rescatar.

Dejé para el final “Orgullo”, el cuento, a mi modesto entender, mejor logrado por Tomás Sullivan. Y si me permiten, quisiera leerlo. (lectura)

Tanta ternura hay en este cuento que lo quise dejar para el final. A veces las personas andamos persiguiendo consumo, cuando en realidad deberíamos buscar en nuestro interior y en el de los demás, esa sencillez de las cosas profundas, las que nos vienen del corazón, de ese corazón que Tomás Sullivan nos dejó para siempre en este Alto en el camino.

Muchas gracias

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